“Dejen que la situación de los pobres les hable”

La lucha contra la pobreza y el cambio de estructuras se realizará por los pobres. Nadie podrá remplazarlos en sus derechos y sus deberes frente a este indispensable desafío.
Las personas de buena voluntad podrán solamente ayudar a comenzar un proyecto, pero nunca pensar que depende de aquellos que vienen del extranjero, sino que los nativos de un país son los verdaderos responsables y actores.
En la ayuda internacional hay todavía una mentalidad sentimental y una tendencia a sustituir al nativo. Parecería que lo esencial de quien viene ayudar es tener la sensación exótica de vivir y ofrecer su generosidad como algo fuera de lo habitual.
Un trabajo humanitario y de desarrollo debe poner en el centro al nativo que es el primer responsable de su vida y de su país. Nosotros sólo podemos alentarlos a que tomen confianza en sí mismos, a ponerse de pie, caminar, trabajar y así preparar su futuro.


Antes de actuar, hay que sumergirse e impregnarse de la pobreza de los pobres, de sus sufrimientos y desilusiones, hay que tener humildad, simplicidad y perseverancia y una visión clara a corto y largo plazo de cómo ayudarlos.
San Vicente dijo: “Ser cristiano y ver al hermano afligido, sin llorar con él, sin estar enfermo con él, es no tener caridad, es ser una pintura del cristiano, es no tener humanidad, es ser peor que las bestias” (30 de mayo 1659).
Viviendo con el pueblo de un vertedero de basura desde hace 20 años, quiero expresar tan sólo ideas con palabras simples y concretas. No vengo a dar lecciones, ni a enseñar o proponer nuevas teorías ni soluciones fáciles, sólo a compartir como un hermano mayor a sus amigos una experiencia de cambio de mentalidad, de estructuras y desarrollo.
San Vicente dijo: “la simplicidad…yo la llamo mi evangelio” (24 de febrero 1653).
La crisis financiera actual es un ejemplo muy claro de a dónde conduce la ayuda internacional cuando no hay transparencia, ni control, ni regulación de la clase política y financiera de un país.
La falta de coraje y el egoísmo exagerado de los dirigentes políticos y de los grupos de presión que sólo se interesan por sus propios intereses, es decir, por ganar dinero en gran cantidad en el tiempo más corto posible; aumenta necesariamente la corrupción que es la causa primera de la pobreza en los países pobres.
Lo más importante parece ser cautivar la simpatía de los dadores de fondos y del electorado del país. Vencer la pobreza, cambiar la mentalidad y establecer una verdadera acción política de desarrollo no les preocupa, ni les apura, ni les interesa. Es mucho trabajo de abnegación y compromiso.
El “cambio sistémico” no debería ser una nueva teoría, ni una nueva fórmula, tampoco son palabras huecas o discursos de expertos. El “cambio sistémico” es un compromiso concreto, una acción perseverante en medio de los más pobres; es vivir y compartir la pobreza y las riquezas humanas y espirituales con los que fueron olvidados del progreso y de la sociedad, con los excluidos que abundan hoy en todos los países de nuestra Tierra.
El “cambio sistémico” no es sólo un concepto, es necesariamente una acción, algo concreto y para todos sin exclusión y en todos los niveles de la vida.
Tanto se ha dicho sobre el desarrollo y sin embargo todo queda por hacer. Esta contradicción es una lógica que domina y reina en los medios más pudientes y de los expertos. ¿Cómo se explica que en 1975 había 25 países que vivían por debajo del umbral de la pobreza y que en el año 2000 fueran 50? ¡Con toda la ayuda que ha enviado el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otros Organismos Internacionales, la pobreza se ha duplicado en el mundo! ¿Cómo explicar esta contradicción? Con tanto dinero que se ha prestado, tantos coloquios y seminarios internacionales sobre la lucha contra la pobreza, hemos aumentado, año a año, la pobreza, sin comprender que algo falla en nuestras presentaciones, proyecciones y planes.
En la Familia Vicentina tenemos un espíritu que nos impide imitar a estos organismos del Estado o Internacionales, que por naturaleza no tienen compasión y no saben distinguir o hacer una excepción a las leyes que los rigen, ni tienen flexibilidad para ayudar más rápida y eficazmente a los pobres. Para nosotros, es el hombre el que está en el centro de toda nuestra acción evangélica, de desarrollo y caridad.
Ellos, en cambio, siguen el camino más largo, lento y complicado para ayudar a los desfavorecidos.
Como Vicentinos, debemos conservar nuestra particularidad que es la de estar cerca de los que sufren y están marginados del progreso. Nuestro modelo es Jesús, que nació, vivió y murió entre los más pobres y el ejemplo de San Vicente de Paul, que reconoció en el pobre el rostro de nuestro Señor Jesucristo.
Debemos proponer y vivir concretamente, con altos y bajos, éxitos y fracasos, un desarrollo humano más cercano, participativo y flexible, con la población desfavorecida de nuestra Tierra que es la más numerosa.
¡El desarrollo no es el aumento de la capacidad de consumo de sus habitantes! No es tener, sino ser más. Debemos insistir sobre el “ser más” que sobre el “tener y poseer”. Tenemos que crear y dar las mismas oportunidades a todas las clases sociales.
El pobre es capaz de ser, él mismo, su agente de desarrollo y el responsable de su progreso material, moral y espiritual.
Una máquina complicada, como es la del Estado, es lenta y sin corazón. ¡Sus hermosas declaraciones sobre la justicia social, el desarrollo, la protección y la seguridad social, son sólo frases sin contenido, sin fe, sin convicción y, por lo tanto, sin futuro!
Menos papeles y más pan y arroz. Menos burocracia y más rapidez. Menos complicaciones y más simplicidad. Menos discursos y más ayuda concreta. Menos promesas y más acciones. ¡Porque los pobres ya están cansados de esperar!
Queremos una ayuda que respete la dignidad de la persona humana. Yo les hablo desde una experiencia de 20 años en un basurero, donde estoy rodeado de jóvenes del país, con su cultura, sus creencias, sus tradiciones, su capacidad, mentalidad y velocidad, que dirigen un proyecto que ha sacado de la pobreza extrema a decenas de miles de personas.
No se trata de introducir un modelo de desarrollo del exterior y aplicarlo ciegamente en otro país. Cada país tiene su tradición, su mentalidad y su cultura.
Es sólo en medio de los pobres y junto con ellos, con toda simplicidad, que se avanza pasa a paso, con dificultades, con dolor, con sufrimiento y también con decepciones y fracasos. Sólo en medio de esta situación, podemos decir que comienza el verdadero desarrollo por y con los pobres, y el verdadero cambio, porque se avanza con su mentalidad y en la manera como ellos ven las cosas y con la velocidad que ellos sienten, deciden y viven. No se trata de convertirlos a nuestra cultura, sino de ayudarles a ser verdaderos, honestos y auténticos en su misma cultura y su mundo.
Akamasoa se mostró flexible, no impuso su manera de realizar los proyectos de desarrollo. Hubo diálogo, respeto, confianza recíproca, voluntad y perseverancia, pero también hubo momentos de ofuscación y discordia, de muchos nervios, de pelea y tensión. ¡Todo esto forma parte de la vida y de la lucha!
Dios quiera que la Familia Vicentina no caiga en la excesiva burocracia administrativa y que permanezca cercana, solidaria y flexible a los problemas de los pobres en todos los países en los que interviene. Esta manera será menos segura, más difícil, habrá menos apariencias, pero más sinceridad y autenticidad y, a largo plazo, la ayuda a los pobres será más auténtica, porque ellos mismos habrán asumido sus responsabilidades en su propio país.
Lo que más admiro en la Familia Vicentina, es la solidaridad sin fronteras, su apertura a ayudar a todos los pobres de dónde sean, sin exclusión. ¡Cuando se es de la Iglesia y de una obra Humanitaria como la Vicentina, se debe ser solidario y universal!
En la Familia Vicentina luchamos por la dignidad de cada persona, de cada niño, de cada familia para que sea reconocida, y se sienta defendida, contra vientos y mareas, a la manera de Jesús y San Vicente. ¡El dinamismo y la autenticidad del Evangelio pasan necesariamente por este compromiso!
¡Nosotros queremos decir en voz alta y con fuerza que la lucha contra la pobreza, el cambio sistémico y el desarrollo son posibles!
Nosotros, en las primeras líneas de esta guerra contra la pobreza, sin piedad y sin tregua, hemos ganado varias batallas (tenemos muchos ejemplos).
La extrema pobreza continúa matando y excluyendo a los más pobres, por eso hay que seguir luchando contra todo lo que oprime al pobre y destruye la dignidad humana.
¡Durante varios siglos, los colonizadores venían con espadas, lanzas y cañones, hoy vienen con guantes finos y carteras negras!
El dominio de un pueblo sobre otro, de una persona sobre otra, debería cambiar y desaparecer en este tercer milenio.
Puede ser una utopía, pero San Vicente también vivió la utopía de ayudar a los más pobres de su tiempo contra tantos prejuicios de su época.
Como vivimos en un mundo globalizado, deberíamos tener en la Familia Vicentina, la misma sensibilidad, el mismo amor y empeño, para ayudar a establecer la justicia social para todos, cambiando las mentalidades y estructuras.
Utopía para unos, realidad posible para quienes luchan y se comprometen diariamente con los pobres para convencerlos de que aquello que viven, no es la fatalidad que ellos habían creado como una autodefensa frente a tanto dolor y sufrimiento.
La libertad, la justicia, el desarrollo y la paz son posibles. Jesús luchó por esos valores humanos y espirituales, y los vivió en carne propia, igual que San Vicente de Paul y tantos otros santos de la Iglesia en cada siglo de la historia.
Por eso, nosotros, la Familia Vicentina y todos los jóvenes de espíritu, también debemos tener esperanza, saber comprometernos, unir y guiar a los jóvenes y pobres de nuestros barrios donde nos toca vivir, comunicarles la “esperanza combativa” que es aquella que no tiene miedo de las dificultades y los fracasos. ¡Porque sabemos que Jesús está con nosotros siempre y en todos los lugares donde vivamos el compromiso evangélico con el pobre que sufre!
Frente a esta situación de pobreza que prevalece en África y América Latina, y también en los países desarrollados, los que creen en la fuerza de Cristo y su Evangelio y en la fuerza del Espíritu Santo, pueden aportar la esperanza y el cambio urgente para una vida digna en medio de los pobres. ¡Cristo como hace 2.000 años, llama e invita a sus discípulos de hoy a seguirlo con alegría, convicción, audacia y espontaneidad!
¡Levantémonos y caminemos en la esperanza! La esperanza y el coraje, nos invitan a la lucidez y, ésta, a la acción por la justicia y la paz. ¡No nos resignemos frente a la pobreza y al sufrimiento, obremos juntos, trabajemos y recemos para hacer advenir el Reino de Dios!
¡La esperanza de Cristo es más fuerte que toda exclusión y fatalidad!
Pedro Opeka

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